La (o)rganización (m)undial de la (s)alud (oms, en minúsculas), esa que ampara, vela, previene y salvaguarda la salud de la humanidad, por lo visto está a unos niveles más allá del subsuelo, que la Organización Mundial del Comercio (OMC), aquella que mueve dólares de aquí para allá protegiendo a las grandes corporaciones farmacéuticas. La OMS está tan en el subsuelo que no levanta cabeza cuando se trata de defender la sanidad en los países africanos, por mencionar un continente.
Resulta que todos los años mueren 14 millones de personas en países pobres por falta de acceso a medicamentos. La Organización Mundial del Comercio, en la Declaración de Doha (Qatar), firmada en el 2001, se comprometió a que las patentes de medicamentos no podían obstaculizar los esfuerzos de lo países pobres por proteger la salud pública. El caso es que no llegan medicinas básicas, esenciales y asequibles porque los derechos de cualquier patente están muy por encima de los derechos de los pacientes, sobre todo si éstos son pobres de solemnidad.
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