28 mayo, 2008

El carisma y los carismáticos

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Publica el “The New York Times” una columna de Kate Zernike, titulada “Cuando el carisma conduce al poder”, en el que concluye que no todos los carismáticos acaban siendo grandes líderes.

Veamos la acepción que nos interesa de carisma según el DRAE: especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar.

Les dejo el texto del diario:

“Cuando asumió el poder en 1933, Franklin D.Roosevelt se enfrentaba a un país en crisis.

Cuatro de cada 10 estadounidenses en edad de trabajar no tenían empleo.

Los bancos se derrumbaban y frente a sus ventanillas se formaban largas colas ya que la gente se apresuraba a retirar sus ahorros.

El 4 de marzo, Roosevelt pronunciaba su ahora célebre discurso inaugural, en el que prometía que lo único que debían temer era "al propio miedo". En cuestión de días había conseguido una legislación que avalaba a los bancos, y el 12de marzo, acudió a la radio. "Cuando la gente descubra que puede coger su dinero -que puede sacarlo cuando quiera-, el fantasma del miedo no tardará en desaparecer", aseguraba, tranquilizando a una nación ansiosa.

Cuando los bancos volvieron a abrir la mañana siguiente, las colas habían desaparecido, como relataba Robert A. Caro en el primer volumen de su biografía sobre Lyndon Johnson, “The path to power”. Fue gracias a la legislación, pero principalmente, escribe Caro, "recuperaron la confianza por la .confianza del presidente".

¿Tildaríamos esto de culto a la personalidad? Hoy esa expresión rodea a Barack Obama, tal vez porque no hay muchas maneras de explicar cómo un senador en su primer mandato se las ha apañado para abrirse paso hasta convertirse en favorito en la carrera hacia la presidencia.

Es demasiado pronto para saber qué papel desempeñará Obama en la historia, por no hablar de si se le puede comparar con Roosevelt, como ocurre más habitualmente, con John F. Kennedy. Pero tal vez haya llegado el momento de examinar con más atención esta etiqueta que se le atribuye y cómo ha sido aplicada en el pasado.

El "culto a la personalidad" se utiliza en un sentido negativo. Pero si lo reformulamos con otro nombre -llamémoslo carisma-, y, como demuestran Roosevelt y otros, puede ser un elemento fundamental de la política y de su pariente en la práctica, el gobierno. Pero no puede ser el único elemento. "Hoy en día, los ataques al culto a la personalidad parecen ser en realidad ataques contra la habilidad de pronunciar discursos inspiradores", afirma Caro. "Pero no tenemos más que fijarnos en los momentos cruciales de la historia de nuestro tiempo para comprobar lo esencial que es tener un líder capaz de inspirar, capaz de situar a una nación por encima de la media, que pueda infundir confianza a un país y recordar a la gente la justicia de una causa".

Y advierta: "Eso no siempre se traduce en una gran presidencia".

Entonces, ¿qué apariencia tiene? El carisma, escribía Arthur M. Schlesinger, hijo, en The politics ofhope, es metafórico, "un sinónimo elegante de heroico o de demagógico, e incluso de popular". Pero también es la elegancia que Norman Mailer captó en Kennedy al escribir sobre la convención demócrata de 1960 en Los Ángeles. Mailer describía cómo aparecieron el descapotable de Kennedy, y después su bronceado y sus dientes, ante una multitud plagada de cámaras en Pershing Square, "el príncipe y los mendigos del glamur mirándose mutuamente desde lados opuestos de la calle".

Según cualquier definición, el líder carismático aparece en tiempos de crisis o de anhelo nacional. Schlesinger escribió en 1960 acerca de "un nuevo talante en la política". Reinaba, según él, "una insatisfacción cada vez mayor con las prioridades oficiales y una preocupación cada vez más profunda sobre nuestro carácter y nuestros objetivos como nación".

Eso podría explicar el ambiente que perciben ahora los seguidores de Obama. Alan Wolfe, director del Boisi Center for Religion and American Political Life, perteneciente al Boston College, opina que Obama se limita a apelar emotivamente a esos anhelos. "La política es una cuestión de gobierno, pero también de transmitir al pueblo la sensación de que participa de una empresa común con sus conciudadanos", señala Wolfe.

Los filósofos lo llaman "religión civil", empleando el lenguaje de la religión y la elevación para hablar de un país. Pero otros consideran este mismo lenguaje un culto a la personalidad más cínico. "Lo inquietante de la campaña es que ha pasado de la esperanza y el cambio a la redención", afirma Sean Wilentz, un historiador de Princeton y viejo amigo de los Clinton. "Se basa en hacerse pasar por alguien que representa a la única persona que redimirá nuestra política. Y lo que me temo es que eso acabe con la política prometiendo más de lo que la política puede ofrecer".

Desde el día en que Obama anunció su candidatura la ha bautizado como movimiento, y se ha definido a sí mismo como el artífice de un cambio generacional. Se ha burlado de su rival, Hillary Rodham Clinton, por acusarle de crear "falsas esperanzas".

La cuestión fundamental es si el carisma se traduce en medidas legislativas y cómo lo hará. Lo idóneo, dice Doris Kearns Goodwin, biógrafa de presidentes, sería una mezcla de experiencia y carisma, "el poder fundir a Clinton y Obama en una misma persona".

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