09 diciembre, 2007

¿Quién decide las elecciones generales españolas?

El diario “El País” publicó el 11 de noviembre y el pasado 6 de diciembre sendos artículos de opinión escritos por expertos en política que se plantean quién decide las elecciones españolas. El primero es de Cesar Molinas y apoya la tesis, que comparto, de que en España el triunfo electoral depende de la abstención de la izquierda, de esos dos millones de votantes volátiles que depende de sí se movilizan o no, gana el PSOE. Considero que el electorado del PP está generalmente motivado para ir a votar y que por tanto cuenta con escasos abstencionistas.

El segundo artículo de la politóloga Belén Barreiro se sitúa en la creencia de que es el centro político y moderado el que decide las elecciones españolas, considerando a esos dos millones de votantes volátiles y pendulantes situados en ese centrismo los que determinan las elecciones.

Les dejo con la interesante lectura:


El poder decisorio de la 'izquierda volátil'


César Molinas


Los votantes centristas no son los fundamentales para lograr el triunfo electoral en España, sino aquellos que oscilan entre el PSOE, IU o la abstención. El PP puede ganar, pero lo tiene 'a priori' cuesta arriba.

La creencia de que las elecciones generales en España son decididas por los votantes centristas es incorrecta. La evidencia empírica muestra que estos votantes, definidos como aquellos cuyo voto oscila entre el PSOE y el PP, tienen escasa relevancia. Los votos decisivos son los de la izquierda volátil, aquellos que oscilan entre el PSOE, IU y la abstención. Esto equivale a decir -y sé que la equivalencia no es obvia- que en las elecciones generales el PP siempre juega en campo contrario: las puede ganar, pero lo tiene a priori cuesta arriba. En este artículo me propongo mostrar que estas afirmaciones y equivalencias están respaldadas por los datos electorales y, también, extraer algunas consecuencias que me parecen interesantes.

En primer lugar, analizaré los resultados de las elecciones generales desde 1982 con el objetivo de cuantificar el voto centrista y el de la izquierda volátil. En segundo lugar, y aunque este artículo trate de elecciones generales, recogeré algunas enseñanzas de las elecciones locales del 27 de mayo pasado. En tercer lugar, me detendré en la relación que existe entre el voto al PSOE, por una parte, y la abstención y el voto a IU por la otra. En cuarto lugar, discutiré hasta qué punto un incremento notable de la abstención en Cataluña puede hacer perder al PSOE las elecciones de 2008. Por último, haré observaciones sobre las estrategias de los dos grandes partidos estatales.

Con una única excepción: en el último cuarto de siglo, España ha votado mayoritariamente izquierda. Desde 1982 ha habido siete elecciones generales. En seis de ellas la izquierda (PSOE, IU y sus antecesores) obtuvo entre un mínimo de 2,3 y un máximo de 3,5 millones de votos más que la derecha (PP, aliados regionales y sus antecesores). Sólo en las elecciones de 2000, que tuvieron la tasa de participación más baja de la actual etapa democrática (69%), la derecha superó en votos a la izquierda: la diferencia fue de 1 millón de votos. En 2000 la izquierda perdió 2,7 millones de votos respecto a 1996, de los cuales 2 millones fueron a incrementar la abstención. Esos 2,7 millones de votos los volvió a ganar en 2004. La derecha ganó 0,6 millones de votos, alcanzando su máximo histórico de 10,3 millones, pero los volvió a perder en 2004. Me parece razonable utilizar estas cifras para cuantificar los colectivos que antes he denominado votantes centristas e izquierda volátil. Los primeros pueden estimarse en 0,6 millones, que son los votos que ganó la derecha en 2000 tras una etapa de gobierno en minoría del PP en la que hizo gala de moderación y de buena administración. Esta cifra coincide con los votos perdidos en 2004 tras una etapa de mayoría absoluta en la que la arrogancia sustituyó a la moderación y en la que se tomaron decisiones, como la guerra de Irak, alejadas del sentir de muchos ciudadanos.

Cabe señalar que esos 0,6 millones de votos no decidieron las elecciones de 2000: el PP hubiese seguido gobernando aunque no los hubiese obtenido. Lo decisivo fue el desplome de la izquierda por la huida del voto volátil. Esta izquierda volátil puede estimarse en unos 2 millones de electores: los que votaron a la izquierda en 1996, se abstuvieron en 2000 y volvieron a votarla en 2004.

Las elecciones locales de mayo de 2007 ilustran bien que el voto de la izquierda volátil es decisivo en España no sólo en las elecciones generales, sino también en elecciones de otro tipo.

En el conjunto de España, y relativo a las elecciones locales de 2003, el PSOE perdió 240.000 votos, pero el PP sólo ganó 38.000. La aplastante victoria del PP en el municipio de Madrid resultó de una pérdida de 139.000 votos para el PSOE y de una ganancia de tan sólo 709 (sí, setecientos nueve) para el PP. La izquierda volátil volvió a decidir, esta vez a nivel local. No hay trazos de un trasvase significativo de votos del PSOE al PP. Además, el carácter decisorio del voto de la izquierda volátil no es un rasgo exclusivo de la actual etapa democrática. En las elecciones de 1933, la izquierda volátil -entonces el anarquismo- se abstuvo. Y ganó la derecha. En 1936, los anarquistas fueron a las urnas y los votos se incrementaron en más de 1 millón.

Ganó la izquierda. No tengo ni conozco ninguna explicación convincente de por qué en España la izquierda volátil tiene este carácter decisorio, que no ha menguado ni tan siquiera con la aparición de una numerosa clase media en la segunda mitad del siglo XX. Sea cual sea la explicación, en esto los españoles somos atípicos. En la mayoría de los países de nuestro entorno la alternancia en el poder la deciden los votantes de centro, que votan ora a la izquierda ora a la derecha. Aquí, por algún motivo, somos diferentes.

Paso ahora a desarrollar el tercer punto de mi argumentación. Si bien, según mis definiciones, derecha y PP son casi sinónimos, izquierda y PSOE no lo son. En 1996 la izquierda obtuvo 12,06 millones de votos y la derecha 9,76 millones. En 2004 se repitieron las cifras: la izquierda obtuvo 12,06 millones de votos y la derecha 9,72 millones. En el primer caso ganó las elecciones el PP y en el segundo el PSOE. La diferencia la marcó el resultado de IU, que obtuvo un 11% de los votos totales en 1996, su máximo histórico, tras la memorable pinza Aznar-Anguita, y solamente un 4% del total en 2004. Un análisis estadístico de los datos electorales utilizando modelos sencillos de regresión, que cualquiera puede replicar descargando los datos del Ministerio del Interior en una hoja de cálculo, ofrece los siguientes resultados: 1. Existe una relación estadística muy significativa entre el porcentaje de votos totales válidos que obtiene el PSOE, por una parte, y el porcentaje de participación en las elecciones y el porcentaje de voto a IU, por la otra parte; un aumento de la participación electoral de un 1% causa un aumento del porcentaje de voto al PSOE del 0,6%, mientras que un aumento del porcentaje de voto a IU del 1% causa una disminución del porcentaje del voto al PSOE del 1%. 2. No existe ninguna relación estadística significativa entre el porcentaje de votos totales válidos que obtiene el PP y el porcentaje de participación en las elecciones. En román paladino, estos resultados quieren decir lo siguiente: con una participación lo suficientemente alta y con un voto a IU lo suficientemente bajo, el PSOE siempre ganará unas elecciones generales, haga lo que haga el PP. Esta "ley de hierro" fundamenta las afirmaciones y la equivalencia enunciadas en el primer párrafo de este artículo.

Con los parámetros mencionados en el párrafo anterior se puede construir una tabla de doble entrada para estimar el porcentaje del voto total al PSOE en función de la participación electoral y del porcentaje de voto a IU. Esta tabla, que, insisto, todo el mundo puede construirse, muestra que es improbable que el PSOE gane las elecciones de 2008 si el voto a IU se mantiene en el 4% y la participación cae por debajo del 71% (en 2004 fue el 76%). Si el voto a IU subiese al 6%, el PSOE necesitaría una participación del 74% o superior para ganar. Si bien una participación superior al 71% parece probable, una participación del 74% (coincidente con la media histórica) parece más difícil de conseguir. Este mismo tipo de tabla puede utilizarse para evaluar los efectos que tendría un gran aumento de la abstención en Cataluña, como resultado de la sensación de desgobierno que podrían tener los votantes de esa comunidad. Si la participación catalana cayese hasta el 64%, el mínimo histórico alcanzado en 2000, el PSC podría perder 3 o 4 escaños y entonces el PSOE necesitaría una participación mínima del 73% en el resto de España para seguir gobernando, algo que me parece complicado pero no imposible. No pueden descartarse participaciones inferiores al 64% en Cataluña. En este caso, el PSOE lo tendría muy difícil para ganar en 2008.

Para concluir, quiero recalcar que la metodología agregada y "de arriba abajo" usada en este artículo ignora aspectos tan importantes del proceso electoral como la Ley d'Hondt o la incorporación al censo de nuevas cohortes. Sin embargo, considero que es la mejor para obtener una visión de conjunto de la problemática electoral, que muchas veces se pierde en el análisis desagregado por circunscripciones. La izquierda volátil es un conjunto heterogéneo con pocos denominadores comunes, todos ellos negativos. Es común su rechazo frontal al PP y a todo lo que representa la derecha. Es común también su desdén hacia el PSOE, al que votan tapándose la nariz cuando le votan. Por lo razonado hasta aquí, el objetivo principal de una campaña electoral, de cualquier campaña electoral, en España debe ser para el PP que no vayan a votar los que le detestan y para el PSOE que acudan a las urnas los que le desprecian. ¿Son consistentes sus estrategias electorales con estos principios?




El centro decide las elecciones en España

Belén Barreiro

El PSOE ganará si unos dos millones de ciudadanos moderados castigan la estrategia de la crispación de un PP más próximo a los 'neocon' estadounidenses que a los conservadores británicos.

De las nueve elecciones generales celebradas en España, cuatro las han ganado partidos de centro o de derecha, mientras que la izquierda, representada por el PSOE, se ha hecho con la victoria en las cinco ocasiones restantes. Teniendo en cuenta que las encuestas demuestran sistemáticamente que en nuestro país hay bastantes más ciudadanos de izquierda que de derecha, no deja de llamar la atención el triunfo de los centristas y de los conservadores en casi la mitad de las convocatorias.

Las principales razones que explican el relativo equilibrio en las victorias electorales son, por un lado, la división de la izquierda en dos partidos (PSOE e IU) y, por otro, la mayor tendencia de los ciudadanos progresistas a no votar al PSOE, eligiendo, entre otras opciones, la abstención. Así, mientras que las victorias del PP están sujetas a que la izquierda no se movilice en exceso, los triunfos del PSOE no dependen de lo que se haga en el campo ajeno.

En un artículo de opinión publicado recientemente en este diario (11-11-2007), César Molinas llama la atención sobre las condiciones que deben cumplirse para que el PSOE gane las próximas elecciones en España: un voto a IU lo suficientemente bajo y una participación lo suficientemente alta. Mediante el análisis agregado de los resultados de las elecciones, cuyos datos se obtienen, como bien señala el autor, en la página web del Ministerio del Interior, se especifican en este interesante artículo los parámetros que podrían conducir a la derrota socialista: un voto a IU que supere el 4% y una participación por debajo del 71%.

Coincido con estas observaciones, cuyos fundamentos -especialmente la dependencia entre el voto al PSOE y la abstención- ya habían sido tratados en varios estudios de sociología política a partir de la explotación de las encuestas postelectorales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

En su artículo, Molinas va más allá de este hallazgo y concluye que no son los votantes centristas los que deciden las elecciones en España, sino la izquierda que oscila entre el PSOE, IU y la abstención, calificada de izquierda volátil. La tesis se basa en las variaciones de voto entre elección y elección. Sin embargo, estas variaciones no permiten extraer conclusión alguna sobre la ideología de los electores, lo mismo que tampoco dejan conocer otras de sus características, como su edad, su clase social, sus actitudes religiosas, u otros atributos. Los flujos de voto entre elección y elección son ciegos con respecto a los perfiles políticos y sociales de los ciudadanos.

Esta observación va más allá de una discrepancia puramente metodológica: el problema no está en el método, sino en la pretensión de extraer una conclusión política de cierta trascendencia -las elecciones no se juegan en el centro- sin tener información alguna sobre la ideología de los que cambian de voto o de los que entran y salen del electorado. Esta información sólo puede obtenerse analizando la posición ideológica de los ciudadanos: para ello, se debe recurrir a las encuestas, el método que nos permite complementar los análisis agregados de los resultados electorales.

Según Molinas, los 600.000 votos que el PP gana en 2000 y que pierde en 2004 son el grupo de votantes centristas que hay en España. Por su lado, la izquierda volátil contendría a los dos millones de electores que perdieron los partidos de izquierda, el PSOE e IU, en 2000 y que habrían sido recuperados en 2004.

Varias observaciones son pertinentes. En primer lugar, el centro no puede cuantificarse sin más por lo que el PP gane o pierda. Sabemos, por las encuestas, que en España hay aproximadamente un 20% de centristas declarados, muchos más de los que Molinas estima. Estos ciudadanos son clave para determinar las victorias electorales. Los datos poselectorales del CIS revelan que el partido que gana las elecciones en nuestro país es, sistemáticamente, el más votado en el centro político (la posición 5 de la escala ideológica de 1 a 10). Ningún triunfo, ni del PP ni del PSOE, se ha producido sin haber ganado en el centro.

En segundo lugar, aproximadamente otro 20% del electorado, tanto en España como en otras democracias, no declara su ideología. La peculiaridad de estos ciudadanos, tanto aquí como fuera, es su tendencia a ponerse del lado del partido que gobierna. Salvo en las elecciones de 1996, en las que el PSOE gana el pulso al PP entre los que no tienen ideología pese a irse a la oposición, las demás victorias electorales de los dos partidos se han producido con el respaldo de estas personas. Por tanto, con la excepción señalada, el partido que llega al Gobierno en España es aquel que gana el pulso electoral tanto en el centro como entre los ciudadanos sin ideología, que, sumados, representan el 40% del electorado.

En tercer lugar, pese a que en nuestro país la media ideológica de los que no votan esté escorada a la izquierda, la bolsa de abstencionistas también se nutre de centristas y sobre todo de individuos sin ideología declarada. De hecho, son precisamente estos últimos los que más se abstienen, más de lo que lo hacen los ciudadanos de la izquierda (posiciones 3 y 4 de la escala ideológica). Otra cuestión es que el PSOE, a diferencia del PP, haya tenido históricamente ciertas dificultades para mantener a su electorado ideológicamente más próximo. Mientras que los populares logran el apoyo de casi todos los ciudadanos que se sitúan en la derecha, el PSOE no logra que la izquierda cierre filas. Las elecciones de 2000 representaron, en este sentido, el momento más dramático: únicamente el 48% de los que se decían de izquierdas (posiciones 3 y 4) votaron al PSOE. En las elecciones de 2004, sin embargo, la atracción del voto de izquierda fue casi tan alta como en las elecciones de 1986: el 68% votó socialista. Este porcentaje sigue estando, en cualquier caso, por debajo de la capacidad de atracción del PP, que logra que le vote el 80% de la derecha.

Esta diferencia en la capacidad de los dos partidos para atraer a los suyos se debe también a la heterogeneidad de los que se declaran de izquierda. En este grupo ideológico se encuentran bastantes votantes nacionalistas, que optan por partidos que defienden sus ideas en otro eje de competición, como es el eje territorial, pero también ciudadanos que, situándose en posiciones próximas a las del PSOE, simplemente se definen como liberales. Dado el pasado franquista de España, cabe pensar que haya ciudadanos que se sitúan en la izquierda por recelar de la derecha sin sentirse necesariamente socialistas.

En suma, las condiciones de la victoria electoral del PSOE son, para bien o para mal, más complejas de lo que se da a entender en el artículo de Molinas. El PSOE, como otros partidos socialdemócratas, se nutre de individuos ideológicamente diversos. Entre sus votantes, fieles o potenciales, se encuentran socialistas o socialdemócratas convencidos, pero también personas con perfiles ideológicos indefinidos, y ciudadanos que simplemente apuestan por la serenidad y la templanza. En el diseño de sus estrategias, el dilema para el PSOE consiste precisamente, como si de un juego de malabaristas se tratase, en hallar equilibrios.

Y a este electorado tan diverso al que el PSOE debe apelar, no sólo le une el rechazo a un PP que ha optado en los últimos tiempos por rehuir de la moderación, acercando más sus posiciones a la derecha norteamericana que a la británica, sino también la apuesta por un país eficiente que no renuncie a mejorar los servicios públicos y las políticas de bienestar. La balanza se inclinará del lado del PSOE si, en este final de legislatura, los ciudadanos moderados quedan convencidos de que la tensión en el clima político responde a una estrategia de la derecha, que es deliberada, como bien ha mostrado el Informe sobre la democracia en España (2007) de la Fundación Alternativas. Pero también si se les persuade de que las políticas emprendidas en estos últimos años son las que promueven el progreso de España.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Este comentario no va dirigido a los artículos que se reseñan, sino a ese anuncio de "abstención, lo que más les duele"

¿A quién le duele? A lo sumo rascará una lágrima de algún demócrata convencido, pero en general al sistema se la suda (así de claro). Aquí no hay cuota para legitimar las elecciones, cómo en otros paises, que legislan que las elecciones hay que repetirlas por debajo de cierta participación.

Quienes desde una posición de izquierdas o antisistema auspician la abstención, lo que están fomentando es el triunfo de la derecha.

La Cortesana dijo...

Anónimo, estoy totalmente de acuerdo en tu comentario.

Cierto que la abstención en España siempre ha perjudicado a la izquierda.

Bienvenido al blog

Rafael del Barco Carreras dijo...

ELECCIONES 2008

PASCUAL MARAGALL

PIDE EL VOTO EN BLANCO



Rafael del Barco Carreras



Las posibles pérdidas de memoria no le alcanzan para continuar la línea de abstractas elucubraciones que le condujeron a pretender ser un PUJOL pero con el soporte de su Partido Socialista, el universalismo socialista ante el nacionalismo de su abuelo el poeta de San Gervasio. Más prosaico que deslindar sus ambiciones desde que aupado por José María de PORCIOLES se coló en el franquista Ayuntamiento de Barcelona y desde tan humilde trabajo alcanzar no ya LA ALCALDÍA por designación a dedo de Narcís Serra, otro colocado burócrata franquista, sino su soñada vida de burgués en el selecto Ampurdán, donde veraneaban sus padres, no sin antes pasar por nada menos la Presidencia de la GENERALITAT.

Pero como siempre y apuntando www.lagrancorrupción.com me remontaré a su primer gran encargo en el Ayuntamiento de Narcís Serra, delegado en el Consorcio de la Zona Franca, después del desfalco, para enderezarlo…y de paso enderezaba las “finanzas del Partido Socialista de Cataluña”, PSC… con un pillado Javier de la Rosa Martí concediendo créditos y avales…por miles de millones… y yo en la cárcel…y él al alimón con su Jefe Narcís Serra…pidiendo más cárcel…y más dinero a De la Rosa…

Sería un milagro que luciendo memoria…contara la verdad…